miércoles, 1 de septiembre de 2010

quince minutos

15 minutos en el supermercado. Un presupuesto acotado (fin de mes), un canasto: tres yogures, un pollo, bolsas de consorcio, huevos, café. Una caja "rápida", tres personas en la fila. Una señora delante de ella con nada más que una cajita de sopas Quick.

Tiene pelo lacio, "llovido" diría su abuela. Rubio platinado, horrible. Y corto. Eso es lo que ve de atrás, al menos. Y cuando se da vuelta, la imagen que había creado en su mente (que a decir verdad, era la de su profesora de Lengua, de igual estatura y corte de pelo, excepto por ese rubio asqueroso) se desvanece: tiene ojos grandes y celestes. Y acusadores. La mira de arriba a abajo, descaradamente, mientras estudia su ropa; acto seguido cuenta los items de su canasto para ver si tiene derecho a estar en la caja de "hasta 10 unidades". Ni hablar de la cara que pone cuando ve lo que lleva la joven - horrorizada, como si llevara armas, o drogas, no sabría bien decir.

Al principio le da bronca, la manera en que la observa como si fuese una atracción de circo. Después se siente rara, incómoda, porque los ojos no se mueven cuando le sostiene la mirada. Y finalmente le da miedo, porque la mira como si supiera.

Como si pudiese ver lo que está pasando por su cabeza, lo horrible que le parece su color de pelo, lo desagradable que le resulta la mueca de sus labios, o sus cejas tan depiladas que son casi inexistentes. Como si supiera que antes de entrar al supermercado, la chica se peleó con su hermana, o que antes de eso venía en el colectivo pensando en cosas que no debería pensar. Como si ninguno de sus pensamientos fuesen ajenos a ella, como si tuviese controlados todos sus movimientos de la misma manera en que ella se obsesiona en controlar los de todo aquel que tiene alrededor. Como si supiera que en su ámbito, tiene contados los minutos de todos, conoce los tiempos de todos, menos Uno, que es el que le cuenta los minutos a ella. La observa y la examina, escrutando hasta lo último dentro de lo visible, dentro de lo que la joven muestra involuntariamente con sus ojos y sus gestos nerviosos.

De repente, la cajera llama a la mujer mayor.

- ¿Señora?

Con un último y rápido escudriño, la señora hace otra mueca, y finalmente se da vuelta para pasar por la caja.

La chica respira y mira alrededor, un poco más tranquila, pero esperando que nadie haya visto la extraña interacción entre las dos mujeres. Espera a que la otra pague antes de acercarse con sus productos y hacer lo mismo.

Sale del supermercado sintiéndose una idiota, porque sabe que está paranoica. Antes de emprender la vuelta, respira hondo y sacude la cabeza.

- Vieja conchuda.